Sobre Leviatán. / Universo Memorias Disecadas por Jazmín Muñoz Gálvez

Los paisajes cambiantes e indiferentes a lo humano de la costa de la península de Kola- perteneciente al  círculo ártico del norte de Rusia- con el agua del mar rompiendo fuertemente en los acantilados rocosos y las inhóspitas rutas a bajas temperaturas completan la imagen de decadencia moral del pueblo imaginario representado en Leviatán de Andréi Zviáguintsev, en un ejercicio narrativo donde sociedad y ambiente se funden y penetran con su hostilidad en el mundo interior de la vida íntima de Kolya -un mecánico poseedor de una propiedad a punto de ser expropiada por el alcalde corrupto de este pueblo imaginario. 

La figura mitológica del Leviatán posee una rica significación ya históricamente sedimentada en nuestra cultura. Es invocado por medio de un pasaje bíblico del libro de Job que recuerda el temor a un mal radical impersonal, como una fuerza de la naturaleza capaz de someter al hombre bajo completa indefensión ante lo inexplicable. 

 No obstante, en esta película el monstruo pronto se transfigura en la representación paralela del poder absoluto de la estructura burocrática que dispone de nuestras vidas y posesiones con el fin de consagrarlas a un supuesto ‘bien supremo’.  La violencia política y estructural es aquí maquillada por el control ideológico del cristianismo ortodoxo que alaba la avanzada del progreso económico en un mundo soviético -no necesariamente nuevo- pero que ya no puede alimentarse del pathos de la utopía del comunismo. Kolya, que en ruso significa “la victoria del pueblo”, es sometido por una estructura vil que hace uso del lenguaje de la ley -como en el universo kafkiano- pero que también recurre complementariamente a la invocación del libro de Job, no como la necesidad de abnegación ante la desgracia sino como el recordatorio de una religión obscena donde está justificado todo mal cuya visión es edificante para un Dios o mandatario  que no es el hombre llano.

La poeta rusa Marina Tsvietáieva escribió alguna vez que la noción de la iniquidad del dinero es inextirpable del alma rusa, creo que esta dura consigna sigue latente para Kolya, nuestro Job trágico de este pueblo melancólico, desde cuya costa se puede observar el dinamismo de las ballenas nadando en el océano, pero cuyo espíritu colectivo es más cercano al paisaje en ruinas de los botes abandonados y al cual el esqueleto de la ballena varada en la costa se integra.