MANIFIESTO FICMA12
Este manifiesto es una prolongación del decálogo del maestro checo del surrealismo animado, del creador del ensayo para anatomías extinguidas y el gabinete de las curiosidades (un animal disecado junto a un medallón, un grabado científico junto a un fetiche africano).
Este manifiesto se eleva desde las pantallas de FICMA, como una sola poesía a escala universal, como un remedio para nuestros ojos bastante cansados y corrompidos, como los narra el mismo Svankmajer, proyectándose desde la posguerra como un militante de la primavera de Praga, con una apuesta por la fantasía, una metamorfosis donde la creación se encuentra al servicio de la libertad (no pongas jamás tu creación al servicio de otra cosa que no sea la libertad dice el decálogo de Svankmajer), del automatismo psíquico que irrumpe en nuestro laberinto, en nuestra máquina del tiempo, como burbujas sobre la superficie del agua que se aferran como la hidra en el roble, cápsulas del tiempo que hacen su puesta en escena en el teatro de la memoria, en la parte más profunda y límbica de nuestra corteza temporal.
Los mandamientos están aquí para ser infringidos y volver sobre los restos de un mundo mágico donde las obsesiones, como el legado de la infancia, son el abismo en el que se acerca la creación a las puertas de lo real.
Nuestro manifiesto poético que es este universo de memorias disecadas y expandidas, de metamorfosis disidentes y pesudologias fantásticas es nuestra maquinaria de contra información.
Frente a las ingenierías del poder, que han obturado la historia, está el cine, esta realidad que se engendra a sí misma, esta cinestesia que nos permite escapar a la naturaleza normativa de la realidad, de una subjetividad aterrorizada y amnésica que desfila golpeada por el martillo de Thor al parque de diversiones. No hay interiores más aterradores que el cerebro pensaba Emily Dickinson y son estas álgebras del tiempo y del cine, que atraviesan la pantalla como dispositivos de transformación de la subjetividad, los que nos sustraen de esa amnesia aterrorizada, intoxicada por una inmensa sucesión de espectáculos, por una información ultraprocesada y empacada al vacío, un pensamiento suplantado por eslóganes y artificios.
Como nos lo enseñó el indígena wayuu David Hernández palmar curador de nativa en memorias del fuego, en el cine de los ríos profundos, realizar una curaduría es una elección para curar. El paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado es el diagnóstico de Emil Cioran a la modernidad, a la neurosis del progreso y al cáncer de la acumulación. La manipulación genética en manos de los piratas del poder corporativo es la metáfora del progreso. El cine es la cura, la memoria excavando las grietas de una tierra en trance.
La memoria, esa colección compulsiva de señales codificadas por un número infinito de 86.000 millones de neuronas, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos (que es la memoria para Borges), es nuestra invitada principal.
Cada lugar de la memoria que convoca FICMA desde su sucesión progresiva de imágenes, es un engranaje que revoluciona nuestra máquina del tiempo. cada memoria excavada por el cine desde sus más subversivas poéticas, nos introduce en la búsqueda de los tiempos que se nos han escapado circulando por los campos de una nación en guerra. Basta que esas imágenes alcancen nuestra retina para pertenecer de manera tangible a nuestro universo, para restaurar el tiempo de la libertad y la poesía en nuestros mapas cognitivos y permitir al cine, el lugar de todos los sueños y las confabulaciones, sobrevolar este imperio de los sentidos.
En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio escribía el maestro de memoria del fuego. nosotros queremos ser la tierra y el fuego, obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, evocar todas las presencias palpitantes de unos ancestros capturados por el fuego para el resto de los tiempos, como lo hace el funes de memoria, nuestra película inaugural.
La memoria es un monstruo, tú olvidas pero ella no, se limita a archivar las cosas, te las guarda o te las esconde, creemos tener memoria pero no es así, la memoria nos tiene a nosotros, es la tesis de Jhon Irving. nos corresponde capturarla por la magia del cine de construirla y sublevarse al olvido, porque “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.” Milan Kundera.
Para algunos personajes del extrarradio como Bela Tar, que integran al cine otras formas quiméricas de lo real, las películas son el único medio para legitimar su presencia en el mundo, nada quedará de nosotros excepto las tiras de celuloide en las que nuestras sombras vagabundeando en busca de la verdad. Decía Tar el místico del tiempo.
Los creadores que se alinean en este recorrido retrospectivo por nuestra memoria cinematográfica, que es como el manifiesto simbólico de la consciencia colectiva, son sujetos imprescindibles en el mundo del cine, integran y representan con una amplitud alucinante, nuestras cartografías audiovisuales. unir a estas fuerzas creativas – del gótico tropical a Stalker, del Leviathan a la pesadilla de Darwin, de la jetée y su metáfora del tiempo circular, a la luz del trópico- en un solo escenario, es invocar a unas de las expresiones más diversas, marginales y profundas del cine. Luis Ospina, Paula Gaitán, Andrey Zvyagintsev, Hubert Saupert, Chantal Akerman, Chris Marker, Andréi Tarkovski, Nicolas Guillen, Chloe Zhao, Jeremia Lemonagh… son como una polifonía mitológica y verlos al tiempo en este ritual sincrético del cine, es una apuesta salvaje para los sentidos, el más virtuoso dispositivo de transformación de la subjetividad, el cine, revolucionado a su máxima potencia.
FICMA es una balada para niños muertos, la imagen perdida, la ciudad muerta, la calle de los cocodrilos, es la nostalgia y el espejo. Es esa cartografía de la memoria que nos introduce en el mapa de los sueños latinoamericanos, en la mirada de la medusa y el asfalto. Antígona con sus historias circulares, pirotecnia y la noche herida. tantas almas y silencios, el Leviathan y los sueños, el río de las tumbas. FICMA es la transformación en la experiencia del viaje como se anuncia en trece piezas fáciles, la film instalación póstuma de Luis Ospina, es un viaje de los sentidos y del sentido.
En estos universos inestables, esta actividad subversiva de la imagen, está contenida la expresión del pluriverso expandido que somos como humanidad y territorio global, nuestra naturaleza disidente y diversa. Nuestros universos convocan los manifiestos del cine y sus dimensiones utópicas movilizándose desde los márgenes de una sociedad en marcha y emergente. Bienvenidos a FICMA la puerta de la percepción que se abre a todos sus universos.
Diana Castellanos – Programadora FICMA12